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Telas y géneros en la historia del ser humano: del cuero al apocalipsis

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¿Te has puesto a pensar que una simple tela puede marcar la diferencia entre vivir y morir? Suena dramático, lo sé, pero piénsalo un segundo. Sin ropa, el ser humano jamás habría salido de África. Habríamos quedado atrapados entre el calor abrasador del desierto y el frío mortal de la noche, sin protección contra los mosquitos, el viento o la nieve. La historia de las telas es, en realidad, la historia de cómo la humanidad se volvió invencible ante el clima.

La ropa no fue un invento repentino ni un acto de genialidad aislada. Fue una necesidad que se fue tejiendo —literalmente— con paciencia, observación y ensayo. Y, curiosamente, todo lo que usamos hoy, desde la camiseta de algodón hasta la chaqueta impermeable, tiene su raíz en esos primeros intentos torpes por cubrirnos.

El inicio: cuando el cuerpo era la única herramienta

Antes de los tejidos, antes incluso de los utensilios de hueso o piedra tallada, nuestros antepasados usaban lo que tenían a mano. Imagínate a un cazador paleolítico cubriéndose con la piel aún húmeda de un animal recién cazado. El olor debía ser intenso, la textura fría y pegajosa, pero servía para retener el calor. Esa simple acción —envolverse con una piel— fue el primer paso hacia la vestimenta.

Con el tiempo, descubrieron que las pieles se pudrían si no se trataban. Ahí nació el curtido, aunque al principio era puro instinto: secar al sol, ahumar sobre el fuego, engrasar con grasa animal. Un día cualquiera, alguien notó que las pieles expuestas al humo del hogar duraban más y olían distinto. Fue el primer experimento químico de la humanidad.

Mientras tanto, en regiones cálidas donde no hacía falta tanta abrigo, la gente empezó a usar fibras vegetales: hojas de palma, corteza machacada o tiras de plantas trenzadas. Esas primeras “ropas” eran más parecidas a redes o taparrabos que a prendas reales, pero el principio era el mismo: proteger y cubrir.

Fieltro de lana

¿Alguna vez te ha pasado que metes un suéter de lana a la lavadora con agua caliente y sale más pequeño, más denso y… rígido? Bueno, eso —ese “accidente”— es básicamente fieltro. Y lo maravilloso es que puedes provocar ese efecto a propósito para fabricar una tela resistente, cálida y moldeable sin hilar ni tejer.

Qué es el fieltro y por qué importa

El fieltro es una tela no tejida que se obtiene al compactar fibras de lana (u otros animales lanosos) utilizando calor, humedad y fricción. Las fibras de lana tienen escamas microscópicas en su superficie; cuando se humedecen y se calientan, esas escamas se abren, y con la fricción se entrelazan hasta formar una manta continua, densa y sorprendentemente fuerte. Es una técnica milenaria: pueblos nómadas de Asia Central levantaron paredes de yurtas con fieltro grueso, hicieron mantas, alfombras y capas que resisten viento y nieve. En un contexto de supervivencia, el fieltro brilla por su simplicidad de producción y su versatilidad: abriga mojado, bloquea el viento, amortigua golpes, absorbe sonido y conserva la forma al secar.

Materiales y preparación (lo mínimo para producirlo)

  1. Lana limpia y cardada. Idealmente de oveja; también sirven alpaca, llama o camélidos. Si no tienes cardas, usa dos cepillos duros o los dedos para “esponjar” y alinear fibras.
  2. Agua caliente (60–70 °C aprox.). No hace falta hervir; debe sentirse bien caliente al tacto sin quemar.
  3. Agente humectante: jabón (mejor si es natural) o, en modo supervivencia, agua de ceniza (alcalina).
  4. Superficie de trabajo: mesa, tabla, piedra lisa o suelo limpio con una lona.
  5. Esterilla o paño para enrollar (esterilla de paja, una toalla vieja, una alfombra plástica).
  6. Opcional pero útil: botella con agujeritos para rociar agua caliente, un palo para ayudar a rodar, cuerdas o tiras de tela para atar el rollo.

El objetivo en esta fase es limpieza y apertura: cuanto más libre esté la fibra de grasa y suciedad, y mejor distribuida, más parejo quedará el fieltro.

Paso a paso: de nube de lana a manta compacta

  1. Disposición de capas: Extiende la lana como una nube pareja, sin “mazacotes”. Para buena resistencia, usa tres capas cruzadas:
    • 1ª capa con fibras en sentido horizontal,
    • 2ª capa en sentido vertical,
    • 3ª capa otra vez horizontal.
Leer  Como potabilizar el agua

Ajusta el grosor según el uso: más lana para mantas, suelas o piezas estructurales; menos para bolsos o prendas ligeras.

  1. Humedecer y jabonar

Rocía agua caliente sobre la superficie hasta humedecerla de forma uniforme (no encharcar). Aplica jabón (o espuma de agua con ceniza). El tacto debe volverse resbaladizo, como si las fibras “quisieran” moverse.

  1. Primer afieltrado: presión suave

Con las palmas, realiza movimientos circulares suaves, como un masaje. No arrastres fuerte al principio: solo acomoda las fibras para que empiecen a agarrarse. Si alguna esquina se pliega, deshaz y recoloca. Mantén la pieza tibia y húmeda; si se enfría, añade más agua caliente.

  1. Enrollado y fricción dirigida

Coloca la pieza sobre la esterilla y enróllala firme, tipo burrito. Sujeta con cuerdas o con las manos y ruédala hacia adelante y atrás durante 3–5 minutos. Desenrolla, gira la pieza 90°, vuelve a enrollar y repite. Esta alternancia compacta en todos los sentidos. Sentirás cómo la manta gana cuerpo y “memoria”.

  1. Fulling (apriete final)

Cuando la pieza ya no se “desarma” al levantarla, incrementa la intensidad: presiona con más firmeza, incluso golpea suavemente con el puño o amasa contra la mesa. Ve probando el encogimiento: el fieltro puede reducirse 25–40% con facilidad; aprovecha esto para ganar densidad.

  1. Enjuague y fijación

Aclara con agua fría para arrastrar el jabón y cerrar las escamas. Escurre sin retorcer (presiona entre paños). Dale forma ahora si lo necesitas (más abajo verás ejemplos) y deja secar al aire a la sombra, sobre superficie respirable.

Modelado y formas útiles (mientras está húmedo)

  • Sombreros y capuchas: coloca la pieza sobre un bol, calabaza o piedra lisa, y “peina” con las manos hasta que copie la forma.
  • Mocasines o botitas: cubre el pie (con bolsa plástica o tela) y trabaja la pieza encima, moldeando talón y empeine; luego retira y seca.
  • Fundas y estuches: envuelve un molde de madera, ajusta con tiras, afieltra adicionalmente en las zonas donde quieras más rigidez.
  • Corazas blandas / paneles para viento: produce mantas gruesas (varias capas) y ahúmalas suave para extra resistencia a humedad.
  • El fieltro conserva su geometría al secar, así que aprovecha ese “momento plástico” para definir curvaturas y cantos.

Acabados, costuras y refuerzos

  • Orillas: mientras está húmedo, enrolla ligeramente los bordes y fricciona para que “sellen” (evita deshilachados, aunque el fieltro no deshilacha como tejido).
  • Costuras mínimas: si necesitas unir piezas, puedes coser con hilo fuerte o hacer “fieltro sobre fieltro”: superponer, humedecer, jabonar y frotar hasta que se integren.
  • Endurecimiento: un ahumado breve (sin fuego directo) mejora resistencia al agua y al uso; quedará un tono más oscuro y aroma a humo, muy típico en piezas nómadas.

Propiedades que lo hacen oro en supervivencia

  • Aislación térmica superior: retiene calor incluso húmedo.
  • Corta-viento natural: su densidad reduce corrientes.
  • Ignífugo relativo: se carboniza antes de arder; útil cerca del fuego.
  • Amortiguación y acústica: atenúa golpes y ruido (paneles en refugio).
  • Moldeable y reparable: vuelve a “soldarse” con agua caliente y fricción.
  • Durable: con buen grosor y mantenimiento, resiste años de uso rudo.

Usos concretos (del campamento a la casa)

  • Mantas, ponchos, liners de saco de dormir.
  • Suelas y plantillas (aislación del suelo frío, menos ampollas).
  • Guantes/mitones moldeados a mano.
  • Cubiertas para refugio (cortaviento, gotas finas).
  • Bolsos, alforjas y estuches (protegen herramientas/ollas).
  • Filtros rudimentarios para aire o agua turbia (ojo: no potabiliza por sí solo, solo retiene partículas).
  • Protectores para rodillas, codos o culotes de montar.

Versión ultra-sencilla (sin jabón, sin cardas, sin drama)

  • Sin jabón: usa agua de ceniza (disuelve ceniza de madera en agua, deja decantar, toma el líquido superior). Es alcalino y ayuda a abrir escamas.
  • Sin cardas: desmenuza con dedos y sacude la lana en una bolsa de malla para separar fibras.
  • Sin rodillo/esterilla: coloca la pieza entre dos telas y camina encima; también puedes usar un tronco como “rodillo” improvisado.
  • Sin agua caliente: se puede afieltrar en frío con mucho más tiempo y fricción; acelera calentando piedras y pasándolas por encima para templar la pieza.

Mantenimiento y reparaciones

  • Lavado: agua tibia, mínimo jabón, sin agitar; presiona y enjuaga.
  • Secado: a la sombra, plano, ventilado.
  • Reparar agujeros: coloca una nube de lana sobre el hueco, humedece con agua caliente jabonosa y frota en círculos hasta que se integre.
  • Re-compactar zonas flojas: rocío caliente + fricción localizada.

Comparativa rápida: fieltro vs. tejido

  • Herramientas: el fieltro gana (no requiere telar ni hilar).
  • Tiempo: para piezas medianas, el fieltro suele ser más rápido.
  • Resistencia al viento: fieltro superior por densidad.
  • Elasticidad/drapeado: el tejido es más “cómodo” en prendas finas.
  • Reparabilidad: el fieltro se “suelda” de nuevo; el tejido, se cose.
    En un contexto sin industria, el fieltro te da abrigo funcional con una barrera de entrada muy baja.

Problemas comunes y cómo evitarlos

  • Piezas con “piel de naranja” (grumos): distribución desigual. Solución: capa base más pareja y fricción inicial muy suave.
  • Bordes finos/rotos: refuerza orillas con un cordón de lana extra desde el inicio o sella plegando bordes al final.
  • Encogimiento excesivo: controla la temperatura y no te pases en el fulling; recuerda que encoge mucho.
  • Despegado de capas: invierte más tiempo en el enrollado alternado y aumenta poco a poco la presión, no golpees fuerte al inicio.
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Notas de seguridad y salud

  • Evita quemaduras: prueba el agua con el dorso de la mano.
  • Ventila si ahúmas: humo moderado y control del calor.
  • Si usas ceniza, protege la piel (alcalina, reseca).
  • Lava la lana cruda con agua caliente y, si puedes, un poco de jabón: evita malos olores y posibles alérgenos.

El salto al tejido: el nacimiento del hilo

El gran cambio llegó cuando alguien descubrió que las fibras podían torcerse entre sí para formar un hilo continuo. No sabemos quién lo hizo ni cuándo, pero fue un momento decisivo. El hilo fue el punto de partida de todas las civilizaciones textiles.

Del lino al algodón: los vegetales que nos vistieron

El lino fue probablemente la primera fibra vegetal cultivada con ese propósito. En Egipto, hace más de 6000 años, se usaba no solo para vestirse, sino también para envolver momias, hacer velas de barco y lienzos para escribir. Su proceso era laborioso: arrancar la planta, remojarla para que se pudriera un poco (en un proceso llamado “enriado”), secarla, golpearla hasta soltar las fibras y luego peinarlas con peines de madera. De ese fino material nacían los hilos que luego se tejían en telares simples, pero eficientes.

El algodón, por otro lado, nació en distintas partes del mundo de forma independiente. En el Valle del Indo, en Mesoamérica y en África ya se cultivaba hace miles de años. Su ventaja es que produce una fibra suave, ideal para el calor, pero su desventaja es el trabajo que requiere separar las semillas. Antes de la invención de la desmotadora (siglo XVIII), se hacía a mano. Imagina horas y horas sacando pequeñas semillas de bolitas blancas.

El cáñamo y la ortiga también fueron muy usados. De hecho, en Europa central se tejían telas de ortiga hasta bien entrado el siglo XIX. La ortiga, pese a su mala fama, es una fuente increíble de fibra: fuerte, duradera, resistente al moho. Solo hay que saber extraerla: cortar los tallos, remojar, machacar y peinar.

Las fibras  cambió todo. Proveniente de ovejas, cabras, alpacas o camélidos, es cálida incluso mojada. Las fibras de lana tienen pequeñas escamas que se entrelazan naturalmente, lo que permite hilar fácilmente con las manos o un huso. Los pueblos nómadas del Medio Oriente y de las estepas euroasiáticas dependían casi por completo de ella para sobrevivir los inviernos.

La seda, en cambio, fue un lujo. Surgió en China hace unos 5000 años. Se obtiene de los capullos del gusano de seda, que se alimenta de hojas de morera. Cuando el gusano se encierra para transformarse en mariposa, produce un hilo continuo que puede medir cientos de metros. Los chinos hervían los capullos, extraían los filamentos y los torcían para formar hebras más gruesas. Era un proceso tan valioso que se castigaba con la muerte a quien revelara el secreto.

Cómo hilar sin máquinas: el arte del huso

En un escenario sin electricidad ni tecnología moderna, el huso es tu mejor amigo. Es básicamente un palo con una pesa (a veces piedra o arcilla) que ayuda a mantener la torsión del hilo.

  1. Preparas las fibras: limpias, peinas y separas los trozos largos.
  2. Fijas una punta al huso: enrollas un poco para empezar.
  3. Giras el huso: con los dedos, le das vuelta y la torsión hace que las fibras se unan formando hilo.
  4. Enrollas el hilo: cuando está largo, lo recoges y sigues.

Es hipnótico. Hay algo casi meditativo en ver cómo las fibras se transforman lentamente en algo útil. Así trabajaron millones de manos durante milenios.

Tejer: entre la trama y la urdimbre

Cuando tienes suficiente hilo, llega el momento de tejer. El principio es simple: cruzar hilos longitudinales (urdimbre) con otros transversales (trama). Pero hacerlo bien requiere destreza. Los telares antiguos podían ser de piso, de cintura o de marco. En los Andes, por ejemplo, las tejedoras aún usan telares de cintura que atan a un poste y a su propio cuerpo, tensando los hilos con el movimiento del torso.

El resultado depende de la tensión, el tipo de fibra y la densidad del tejido. Un lino apretado puede ser fresco pero fuerte; una lana suelta, cálida pero elástica. Cada civilización desarrolló su propio estilo, adaptado al clima y a los recursos locales.

El cuero: la vestimenta que vino del animal

Hasta aquí hablamos de fibras, pero antes de que existiera la tela, la humanidad ya dominaba el arte del cuero. Y si mañana todo se derrumba, este conocimiento será tan útil como saber encender fuego.

El cuero es la piel de un animal tratada para que no se pudra. Lo asombroso es la cantidad de usos que tiene: ropa, calzado, correas, mochilas, tiendas, recipientes, incluso escudos o armaduras. A diferencia de la tela, el cuero no se deshilacha ni se quema con facilidad, y bien tratado, puede durar décadas.

Cómo curtir cuero sin químicos modernos

Curtido suena a algo técnico, pero no lo es tanto. Se trata de reemplazar los fluidos naturales del tejido (grasas y agua) por sustancias que lo preserven. Hay varios métodos, y todos se pueden hacer sin maquinaria.

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Curtido con sal y secado

La forma más básica y rápida.

  • Extiendes la piel recién quitada y raspas toda la grasa y carne restante.
  • La cubres por completo con sal gruesa (de mar o de roca).
  • La dejas secar varios días a la sombra, nunca al sol directo.
  • Luego la lavas y la frotas con grasa o aceite para suavizarla.

El resultado es un cuero semirrígido, útil para calzado o fundas.

Curtido al humo

El humo contiene formaldehídos y fenoles naturales que conservan la piel.

  • Prepara un fuego lento con madera verde o hojas húmedas.
  • Cuelga la piel sobre el humo (no sobre el fuego directo).
  • Déjala ahumar varias horas, volteándola de vez en cuando.

El humo le da un color grisáceo y un olor característico. Este método se usaba en América del Norte y Siberia, ideal para climas húmedos porque impermeabiliza el material.

Curtido con grasa o aceites

  • Tras el salado y secado, untas grasa animal derretida, aceite vegetal o incluso tuétano.
  • Doblas, estiras y masajeas la piel hasta que absorba la grasa.
  • Al secar, queda flexible y resistente.

Es un proceso físico más que químico: el movimiento constante rompe las fibras duras y deja la piel blanda.

Curtido con cerebro

Parece grotesco, pero es probablemente el método más efectivo y antiguo.

  • Toma el cerebro del mismo animal y tritúralo hasta formar una pasta.
  • Calienta un poco de agua y mezcla el cerebro hasta obtener un líquido graso.
  • Embadurna toda la piel y déjala reposar unas horas.
  • Luego la trabajas con las manos o una cuerda hasta que quede suave.
  • Para finalizar, la ahumas para sellarla.

El resultado es un cuero flexible, liviano y sorprendentemente suave. Los nativos americanos lo usaban para hacer mocasines, camisas e incluso mantas.

El cuero en la supervivencia moderna

Si alguna vez el sistema colapsa, el cuero te dará ventajas que las telas modernas no pueden ofrecer. Es impermeable, resistente al fuego y casi imposible de rasgar. Con una piel curtida puedes fabricar guantes, botas, bolsos, cuerdas o incluso proteger estructuras del agua o la intemperie.

Y lo mejor: una vez que dominas el proceso, no necesitas nada más que fuego, sal, grasa y tiempo.

El renacer de las telas naturales

Hoy vivimos rodeados de fibras sintéticas: poliéster, nylon, acrílicos. Son cómodas, baratas y fáciles de producir industrialmente. Pero sin petróleo y sin fábricas, desaparecerían en pocas décadas. En cambio, las fibras naturales —lino, lana, ortiga, cuero— son renovables y sostenibles.

De hecho, hay un resurgimiento silencioso. En muchos lugares del mundo, artesanos y comunidades rurales están recuperando técnicas ancestrales: hilar con rueca, tejer con telares manuales, curtir con taninos vegetales. Lo que antes era necesidad, hoy es arte… pero podría volver a ser supervivencia.

Cómo producir tela desde cero en un mundo sin fábricas

Imagina que estás en un escenario post-colapso. Las tiendas están vacías, la electricidad no existe, y necesitas abrigo. Aquí tienes una guía general del proceso, paso a paso:

  1. Recolectar o producir fibra:
  • Lino: cultiva la planta y espera hasta que amarillee antes de arrancarla.
  • Ortiga: corta los tallos maduros.
  • Lana: esquila tu oveja o recolecta lana perdida en cercas.
  • Cuero: de animales cazados o criados.
  1. Preparar la fibra:
  • Lávalas, remójalas, sécalas y peínalas.
  • Elimina restos de corteza o grasa.
  1. Hilar:
  • Usa un huso rudimentario (un palo con piedra o trozo de madera).
  • Gira y estira las fibras hasta que se unan por torsión.
  1. Tejer:
  • Con un marco o telar improvisado (dos palos y cuerda), cruza urdimbre y trama.
  • Si no tienes telar, puedes trenzar, anudar o fieltrear lana con agua caliente y presión.
  1. Acabado:
  • Lava la tela, sécala al aire y plánchala con piedra o madera lisa.

El resultado será rústico, sí, pero efectivo. Una prenda tejida a mano, aunque áspera, puede durar años si se cuida bien.

La dimensión simbólica del tejido

En casi todas las culturas, el acto de tejer fue más que un oficio. Era una metáfora de la vida. En Grecia, las Moiras tejían el destino. Fue un hilo el que salvó a Teseo de perderse en el laberinto, luego de acabar con el Minotauro.

Tejer, hilar, curtir… son actividades que nos recuerdan la relación íntima con la naturaleza. Y en un mundo que se desconectó de esa realidad, recuperarlas es una forma de volver a estar vivos.

Un futuro tejido a mano

Quizás el mundo moderno nos hizo olvidar el valor de una prenda. Antes, un abrigo podía pasar de generación en generación. Hoy, una polera se desecha en tres meses. Pero si algún día todo se apaga, volveremos a valorar el arte de hilar una fibra o curtir una piel.

Porque fabricar tu propia tela es, en el fondo, un acto de independencia. Es decirle al mundo: “puedo vestirme, abrigarme y sobrevivir con mis manos.

Conclusión

La historia de las telas y los géneros no es solo la historia de la moda, sino la historia de la humanidad luchando contra la naturaleza con creatividad. Desde el lino del Nilo hasta el cuero curtido al humo, cada avance fue una victoria. Y si mañana la civilización se detiene, bastará con recordar lo que ya sabían nuestros abuelos de hace mil generaciones: cómo hilar, cómo tejer, cómo curtir, cómo sobrevivir.

Así que la próxima vez que tomes una prenda entre tus manos, piénsalo: detrás de ese pedazo de tela hay miles de años de ingenio humano. Y quién sabe… tal vez algún día, ese conocimiento vuelva a ser tan valioso como el oro.

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