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Como sobrevivir a un trekking con niños

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Salir a caminar con tus hijos es una de esas decisiones que parecen simples en el papel y, cuando por fin amarras los cordones, te das cuenta de que es mucho más que “dar un paseo”. De pronto estás mirando el bosque como si fuera un aula móvil, el viento trae olor a resina y tierra húmeda, y cada “¿por qué?” de ellos te obliga a mirar el mundo con ojos nuevos. Eso sí: trekking con niños no es “la misma salida de siempre, pero lentita”. Es otra disciplina. Cambia el ritmo, cambia la logística, cambian las prioridades. Y si lo abrazas con humor, paciencia y un buen plan, el premio es redondo: niños que se mueven seguros, curiosos y resistentes; adultos que se quitan la ansiedad urbana del cuerpo; familia que colecciona recuerdos en vez de cosas. ¿Suena bien? Vamos por partes, con la verdad por delante y los pies bien puestos en el sendero.

Empecemos por una idea que te va a ahorrar frustraciones: con niños, el objetivo rara vez es la cumbre. El objetivo es la experiencia. Lo repito porque es fácil olvidarlo cuando ves un cartelito que dice “mirador a 1,2 km”: con peques, el éxito es volver contentos, no “hacer tiempo récord”. Vas a parar más, vas a responder preguntas que no sabías que existían, vas a improvisar juegos con palos y hojas, y a veces vas a regresar sin haber llegado “a ninguna parte”… pero con un tesoro de historias. Y eso vale más que la foto en la cima.

Ahora, trekking con niños no es una sola cosa. Hay, al menos, dos mundos: el de los pequeños que todavía se cargan (bebés y toddlers) y el de los mayores que ya caminan solos. Lo que sirve para unos, a veces es un desastre para otros. Diferenciemos bien, porque ahí está la gracia.

Niños pequeños que van en brazos (0–4 años)

Aquí tu mochila es, literalmente, un “canoa familiar”. Llevas comida, abrigo, pañales, un pequeño botiquín, y… a la guagua. Un portabebés ergonómico de montaña con buena estructura lumbar y un toldillo para el sol puede ser la diferencia entre un paseo dulce y una tortura épica. ¿La regla de oro? Rutas cortas, sombreadas, con salida fácil; nada de crestas expuestas ni pedreras sueltas. Piensa en circuitos con retorno rápido y alternativas de escape si el ánimo del peque cambia de “explorador” a “quiero siesta ya”.

En esta etapa, tu reloj se regula por sus necesidades: cada 45–60 minutos, pausa. Quitar el portabebés, estirar piernas, ofrecer agua, un snack suave, observar un tronco con líquenes (¡magia!), y volver a montar. Si hace calor, el juego se llama hidratar sin parar. Ojo con el verano: beber agua, priorizar sombra, no “inventar” dietas raras por el calor, sino comer normal y fresco, y caminatas fuera de las horas de mayor sol. Suena tan sensato que casi aburre, pero funciona.

El botiquín, aunque minimalista, no se negocia. Gasas estériles, vendas elásticas, apósitos hidrocoloides (para ampollas de los adultos), suero fisiológico en monodosis, antiséptico suave, un par de guantes, termómetro, y, si tu pediatra lo autoriza, antipirético de dosis conocida. Manténlo en un estuche visible, lejos del alcance del niño cuando lo dejes en el suelo. Si quieres profundizar en qué llevar y por qué, echa un ojo al manual de primeros auxilios , y un repaso claro del botiquín de emergencias. Son recursos sencillos y aterrizados que me encantan para familias que empiezan.

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Un detalle que no se comenta tanto: tu calor se suma al del niño. Si vas con portabebés, el microclima entre ambos puede disparar la temperatura. Vístanse por capas ligeras, transpiren bien (merino liviano o poliéster técnico), usa sombreros con visera o de ala, y prueba una toallita de microfibra humedecida en la nuca del peque si el sol aprieta. No olvides revisar su termorregulación: manos, cuello y orejas te dicen mucho.

Niños que ya caminan solos (5–12 años)

Aquí el juego cambia de ritmo. Caminan, sí, pero “caminan jugando”. Tú, más que guía, eres diseñador de experiencias. Define una ruta con hitos: “hasta el puente”, “mirador del cóndor” (aunque veas un zorzal, sirve), “bosque de los susurros”. Divide la caminata en micro objetivos, con mini recompensas: una fruta, una anécdota, una foto ridícula en un tronco. Tanto en Chile como en otros países, los parques han apretado normas de conservación. Enséñales desde chicos que “no todo lo que se ve se toca o se usa”, que el cuidado del lugar es parte del juego, y que refrescarse no siempre es meterse al agua.

Con niños mayores, la autonomía se entrena a propósito. Dales una mini-mochila (7–12 litros) con su botellita, un snack, un cortaviento liviano y un gorro. Ideal si incluye silbato en la correa de pecho, que es útil para juegos de “si me pierdo, pito tres veces”. No necesitas la “mochila de moda” para que esto funcione, pero si ya andas mirando opciones, fíjate en que sea plegable, con buen acolchado y fácil de limpiar.

Un truco que puede mejorar la excperiencia: deja que el niño “abra” el camino por turnos de 5–10 minutos, con una consigna clara (“tú marcas el ritmo, pero el grupo no se rompe, y cada 100 pasos miras atrás”). Convertirlo en “explorador del día” hace maravillas con la motivación. ¿Y si se distrae con cada piedra? Pues… bienvenido al senderismo con niños. Redirige: “busquemos hojas con tres tonos distintos”, “¿cuántos cantos de pájaros diferentes reconoces?”, “¿quién encuentra una rama con forma de letra?”. Suena a jardín infantil, y lo es. Funciona.

Elegir la ruta: donde menos es más

La ruta ideal para niños es la que se puede abandonar sin drama. Lo diré sencillo: con peques, los abandonos son parte del deporte. Si eliges rutas de ida y vuelta evidentes, circuitos cortos con varios retornos posibles, y desniveles amables, podrás “leer” al grupo y ajustar sin que a nadie se le caiga la moral. Evita bordes de barrancos, lechos de ríos crecidos o pendientes con material suelto. A propósito de ríos: evita cruzarlos con niños. Si el plan incluye dormir fuera, aprende lo básico del vivac: elegir un lugar sin riesgos de derrumbe, fuera de zonas bajas de inundación, protegido del viento, y con el suelo limpio de ramas y piedras. Un repaso rápido a ideas de vivac nunca sobra.

Ritmo, pausas y juego (la logística invisible)

Piensa en la salida como una secuencia de “pulsos”: caminar 25–35 minutos, pausa corta de 5–8, y un alto largo cada 90. En los altos largos, cambia calcetines si hizo calor (pies secos = menos ampollas), ofrece alimentos salados y dulces en porciones pequeñas, y convierte el pie de árbol en “kiosco”. Un puñado de frutos secos, unos cubitos de queso, una barrita, una fruta fácil, dos sorbos de agua: niños contentos, energía estable. Y no subestimes el peso de la historia: un cuento breve por tramo, mejor si lo vas inventando con ellos como coautores, mantiene el humor arriba incluso cuando el pendiente hace pensar cosas feas del adulto que definió la ruta (tú).

Si aparece alguien de mal humor—porque el cansancio es malo y se pega—, cambia el eje: “¿me enseñan a caminar como robots?”, “hoy el guía anda con los cordones atados… al revés” (haz el payaso con dignidad moderada), “¿cuántas hojas del tamaño de tu mano caben en tu gorro?”. Sí, suena ridículo. Sí, surte efecto.

El equipo que sí hace diferencia (y el que no)

Con niños, el mejor equipo es el que no sientes. Capas ligeras, cortaviento real (no un polerón con logo), gorro de sol que les guste (porque si no les gusta, no lo usan), lentes con filtro UV, calcetines sin costuras gruesas, zapatillas con suela decente y puntera reforzada. ¿Botas rígidas? Para rutas cortas y terreno noble, innecesarias y pesadas. ¿Pantalón técnico? Si resiste roces y se seca rápido, perfecto; si no, uno normal que no les apriete y listo. ¿Bastones? Para los mayores de 7–8 años, ayuda a ritmo y equilibrio.

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El adulto responsable, eso sí, debe cargar con “el resto”: mapa offline (en el celular sirve, pero lleva copia en papel si no conoces la zona), cargador externo, manta térmica liviana, un mini kit de reparación (cinta, bridas, navaja), frontal y pilas, y el botiquín del que ya hablamos.

Y fuego: si no dominas la técnica y las normas locales, mejor ni lo intentes. Las reglas de seguridad con fuego existen por algo: un día de viento y una chispa bastan para arruinar un valle. Educa a los niños con ejemplo y, si el parque permite fogatas, sigue la norma al pie de la letra.

Seguridad, a veces aburre, pero es la que salva vidas

Uno de los aprendizajes del último tiempo es que la montaña no perdona la improvisación. Países andinos, Alpes, Himalaya… en todas partes se han endurecido prácticas de seguridad. Nepal, por ejemplo, prohibió en 2023 el trekking en solitario en la mayoría de sus rutas, justamente por los costos humanos y económicos de los rescates. ¿Qué tiene que ver con tus salidas familiares? Mucho: la tendencia global es favorecer salidas más trazables y responsables. En casa, aplícalo así: avisa siempre tu plan, usa senderos establecidos, evita “atalajos”, sal acompañado, y asume que con niños tu margen de maniobra se achica, no se amplía.

Haz además un pequeño “briefing” familiar antes de partir, tipo juego:

  • Si alguien se detiene, todos se detienen. Nadie se va solo por “dos minutitos”.
  • Si nos perdemos de vista, nos quedamos donde estamos y pitamos tres veces. El adulto contesta con dos. Repetimos hasta encontrarnos.
  • No comemos nada que encontremos (ni frutitas lindas ni hongos preciosos). El bosque no es supermercado.
  • Agua antes de tener sed, abrigo antes de tener frío.

Y define “señales rojas” que cortan la salida sin debate: viento que levanta polvo, truenos, niño con piel muy roja o muy pálida, calambres, somnolencia fuera de contexto, dolor de cabeza fuerte a altura, o mal humor del adulto que ya no está para tomar buenas decisiones (sí, también cuenta).

Hidratación y comida: el combustible de la aventura

El agua no se negocia. Con calor, calcula entre 0,4 y 0,7 L por hora por persona, según intensidad, sombra y viento. Para los niños, ofrece sorbos pequeños cada 15–20 minutos, incluso si dicen que “no tienen sed”. Alterna agua sola con un aporte ligero de sales si el día es caluroso y sudan mucho. Y no lo dejes a la suerte: carga desde el inicio lo que necesitas para el tramo de ida; rara vez te arrepentirás de llevar de más. Si en tu zona hay prohibición de baño y acercarse demasiado a lagunas y ríos (cada vez más común en parques muy visitados), enséñales por qué: proteger fauna y agua, evitar erosión, y cuidarnos. Es clase de ciudadanía en vivo.

La comida: piensa en “mosaico de picoteos”. Dulce + salado + fresco. Evita el “a ver si aguanta sin comer”, porque luego te da un bajón que te arruina el regreso. Y guarda una “reserva de emergencia” que nadie toca salvo que el plan se alargue (barras y frutos secos son perfectos).

Clima, alturas y plan B (la humildad hace cumbre)

Con niños, el clima manda tres veces. Revisa pronósticos, mira el cielo, siente el viento. Si a media mañana cambió el carácter del día, da la vuelta a tiempo. Te lo digo con cariño: no necesitas la foto en el mirador si el viento ya te tumba la gorra. A más altura, más fácil que alguien se sienta mareado o cansado raro; tu protocolo es lento, observar, hidratar, abrigar, y, si no mejora, descenso. No dramatices: descender es sabiduría aplicada.

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Juegos que caminan solos

Porque vas a usarlos, aquí tienes un arsenal de bolsillo:

  • Bingo de bosque: hojas de tres tamaños, tres texturas, tres colores. Gana quien complete su “trío”.
  • Historias encadenadas: cada uno agrega una frase al cuento del “Zorro con mochila”.
  • Cazadores de sonidos: cerramos ojos 20 segundos y contamos cuántos sonidos distintos oímos.
  • Mapa humano: les das un croquis simple y deben marcar un hito (puente, roca) cuando lo vean.

Estos juegos no son para “distraerlos como si fueran frágiles”; son herramientas para que descubran el entorno con atención, que al final es lo más bonito del trekking.

Cerrar el día: el regreso también es parte del plan

El último kilómetro es cuando más accidentes tontos ocurren. El cansancio baja la guardia. Reserva un snack “del regreso” y un objetivo simpático al final (ese helado, esa foto familiar en el cartel del parque, ese chocar los cinco en la reja del auto). Al llegar, revisa pies (ampollas tempranas se curan más fácil), estira suave, y cuenta en voz alta lo que más te gustó del día. Eso fija el recuerdo en clave positiva.

Si la salida incluyó dormir afuera, enséñales a “dejar el lugar mejor de como lo encontramos”: recoger microbasura, desarmar bien el vivac, no tocar nidos, no rayar rocas. El mensaje queda cuando se hace con las manos, no cuando se sermonea. Y si hubo fogón autorizado, apágalo como si tuvieras fobia al carbón encendido; reglas claras aquí.

Listas explicativas (para tener a mano)

Lista base para salir con niños pequeños (salida corta, sin pernoctar):

  • Portabebés ergonómico con cubierta para sol y lluvia.
  • Mini botiquín (gasas, vendas, apósitos, antiséptico, suero mono-dosis, termómetro, guantes, antipirético si procede) y conocimientos básicos de uso.
  • Agua suficiente desde el inicio; gorro, lentes, bloqueador, capa cortaviento delgada.
  • Muda completa del peque en bolsa estanca (incluye calcetines, polera, polerón liviano).
  • Frutas fáciles, snacks suaves, bolsas zip para basura y pañales.
  • Mapa offline + powerbank; silbato (tú) y juego de “tres pitidos” (ellos).

Lista base para niños que ya caminan (salida de medio día):

  • Mochilita 7–12 L con agua accesible, snack y cortaviento; silbato integrado si tiene.
  • Zapatillas con suela que agarre, calcetines sin costuras, gorro con visera.
  • Botiquín familiar + manta térmica liviana; frontal y pilas.
  • Bastones (opcional, recomendables desde 7–8 años).

Cierre (y un pequeño desafío)

Trekking con niños no es un “sacrificio adulto para que ellos respiren aire puro”. Es un trato justo: tú pones planificación, paciencia y ojos atentos; ellos traen curiosidad, juego y esa capacidad de convertir un palo en una espada, un telescopio y una varita mágica en diez segundos. La montaña hace el resto: nos baja el volumen interno, nos obliga a mover el cuerpo, nos enseña a leer el cielo. En un mundo que corre demasiado, una caminata familiar se parece bastante a apretar “reset”.

Mi desafío para ti: elige una ruta corta, con sombra y agua disponible (para mirar, no para bañarse si está prohibido), arma tu mini botiquín con intención, diseña dos juegos y un cuento, y programa pausas antes de necesitarlas. Si sale todo bien, tendrán una historia que querer repetir. Si algo se tuerce, respiras hondo, te das la vuelta y aprendes. Así se entrena.

Cuéntame luego cómo te fue y qué “brillo en los ojos” viste en ellos. Que el sendero sea amable y la vuelta, contenta.

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